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La influencia de las emociones en el sobrepeso infantil

  • albimegias22
  • 27 mar
  • 7 Min. de lectura


¿Cuántas veces te han dicho que retienes líquidos por estrés? ¿O que tu niño no engorda de nervioso que es? Estas afirmaciones tienen su parte de razón.


Las emociones y, sobre todo, cómo las transitemos, aceptemos o escondamos, están muy vinculadas con la obesidad y otras enfermedades. Somos un todo que está conectado, aunque a veces el médico se empeñe en tratarnos “por partes” y “especialidades” Todo lo que nos pasa en una parte nos afecta en otra y tendemos demasiadas veces a no tener en cuenta la parte emocional, social e incluso espiritual que hay detrás de enfermedades físicas como la obesidad.

Lo digo a diario, la comida no solo cumple una función nutritiva, sino también emocional: consuela, entretiene o ayuda a gestionar estados de ánimo. Sin embargo, cuando esta relación no es consciente ni equilibrada, puede derivar en un sobrepeso infantil difícil de revertir.


Cuando se trata de los niños, no le damos tanta importancia, porque ellos lo queman jugando, porque si lloran es solo porque son niños y no hay que hacerles caso (invalidando la emoción que realmente tienen, como personas que son, como tú y yo), porque creemos que ellos pueden seguir nuestros horarios… Pero en la mayoría de los casos un problema de salud relacionado con la alimentación está profundamente ligado con las emociones y relaciones, entre ellas, respecto a la comida.


La mala alimentación, que suele ir unida a malos hábitos, en general, altera nuestro sueño y descanso, que ya vimos que hace que también se altere nuestro apetito y señales de saciedad. En los niños pasa exactamente igual, lo que pasa es que no lo manifiestan de la misma forma y tenemos que estar atentas a algunas señales y comportamientos.


En este artículo vas a aprender la influencia que tienen estas emociones, cómo detectar el famoso hambre emocional y estrategias específicas y validadas para ayudar a tu hijo a tener mayor armonía respecto a su nutrición y cuidado corporal.

 

  1. ¿Cómo influyen las emociones en la alimentación de los niños?


Está claro que los niños también tienen emociones, a veces más o menos coherentes, al menos para nosotros. Me resulta absurdo explicar esto pero en muchos casos noto que es necesario. Sus pataletas, enfados o llantos son exactamente los mismos que los que tenemos los adultos, pero expresados de forma diferente (o no tanto) Se enfadan, se cansan, se ponen tristes, tienen miedo…


No quieren manipularte ni son caprichosos, solamente están invadidos por sus emociones, como cuando tú pitas como una posesa en un atasco o te bebes tres cubatas en un lugar con música espantosa porque estás harta de trabajar toda la semana. Cosas incoherentes e insanas que hacemos los seres humanos.


Una amiguita mía tiene mucho miedo de las motos. Quizá pueda parecer exagerado o no entenderse. Pero es que a mí me da miedo un gorrión jeje (esto es real, tengo fobia a los animales con plumas que vuelan) Es lo que tienen los miedos, que son irracionales. Pero es que, además, en este caso tiene sentido. Estamos naturalmente condicionados para sentir miedo ante ruidos fuertes (como si se cae un edificio, cae un rayo…) porque literalmente tu vida puede estar en peligro. Para una personita de 4 años ese sonido tan estridente y desagradable, es un foco de miedo. Por eso cuando pasa la agarro y abrazo (protección) y le digo que es normal que le dé miedito porque suena muy fuerte (la valido) Ella sabe que soy lugar seguro donde puede expresarse y sentir. Eso es lo único importante. Ese miedo se le quitará con la edad, pero lo importante es que nos paremos un segundo a darle una vuelta antes de invalidar o gritar, porque además eso hará más difícil también que ocurra.


Cuando no estamos expresando o viviendo nuestras emociones adecuadamente, entre otras cosas, nuestro intestino se inflama. Podría hablarte del eje intestino-cerebro y del nervio vago, pero hay mucha bibliografía accesible y mi especialidad es la parte emocional. Me basta con que sepas que sí, se comunican constantemente y lo que le pase a uno afecta en el otro, y al contrario. Esas emociones alteran nuestra microbiota (las bacterias que tenemos en el intestino), necesaria para la nutrición de nuestras células, y que causa inflamación crónica, problemas digestivos, de la piel, hormonales, neurológicos… Su desequilibrio se relaciona directamente con la obesidad y dificultad para perder peso. El sobrecrecimiento de bacterias que son perjudiciales para nuestro organismo hace que nos inflamemos. Esta inflamación afecta a nuestro sistema inmune y perjudica a las funciones más básicas, ya no solo digestivas, sino hormonales e, incluso, neurológicas. En la microbiota hay una serie de neurotransmisores, de modo que nuestras emociones y estado de ánimo está más relacionado de lo que pensamos. Todo ese refranero que habla de “mariposas en el estómago”, “hacer de tripas corazón”… tenía razón.


Además, en muchos casos su cansancio, ansiedad, tristeza o aburrimiento los llevan a buscar alimentos reconfortantes, que suelen ser altos en azúcar y grasas. Otro factor que hará que nos sintamos peor físicamente y eso ya sabes que también afecta al contario. Entramos en bucle.


Algunos factores emocionales que influyen en el sobrepeso infantil son:


  • Ansiedad y estrés: La sobrecarga escolar, problemas en casa o la falta de tiempo libre pueden generar una sensación de ansiedad que los niños intentan calmar con la comida.


  • Aburrimiento: Cuando no tienen suficientes estímulos, pueden recurrir a la comida como distracción.


  • Presión social: Hemos hablado mucho de esta parte en otros artículos. Compartir momentos con amigos que consumen productos ultraprocesados puede generar deseo de encajar, eligiendo alimentos poco saludables.


  • Recompensas y castigos con comida: Usar la comida como premio o castigo refuerza la idea de que ciertos alimentos tienen un valor emocional más que nutricional.


  • Modelos familiares: Los niños aprenden observando. Si en casa la comida se usa como escape emocional, es probable que ellos repitan este patrón.


    2. Señales de alerta: ¿Cómo saber si mi hijo come por hambre emocional?


Diferenciar el hambre real del hambre emocional es clave.

El hambre física llega poco a poco, es gradual. Suele apetecer cualquier alimento, sea una verdura o un trozo de pescado. Suele estar relacionado con las horas en que habitualmente comemos, y saciarse con las cantidades que normalmente tomamos.


Algunas señales que pueden indicar que un niño come por emoción en lugar de necesidad física son:


  • Pide comida sin haber pasado mucho tiempo desde la última ingesta. No se está guiando por sus señales de hambre y saciedad, sino deseando tomar algo.


  • Busca alimentos muy específicos, usualmente dulces o snacks.


  • Come de manera automática o sin disfrutar realmente el sabor. Suelen ser ingestas rápidas, en que nos damos un atracón y quizá lo hacemos hasta sin pensar o saborear.


  • Se siente culpable o incómodo después de comer.


  • Muestra un patrón de comer más en situaciones de estrés o tristeza.


  1. Estrategias para ayudar a los niños a gestionar sus emociones sin recurrir a la comida


La clave no es prohibir, sino educar. En algunas ocasiones hay que atender esa necesidad emocional y no pasa nada. En el artículo de la semana pasada

 

Y aquí algunas estrategias prácticas más para guiar a los niños en una relación más saludable con la comida:


  • Fomentar la conciencia emocional: Ya sabes que cada día hablo de comer estando presentes, disfrutando y agradeciendo a la comida y las personas que tenemos alrededor, sin distracciones y despacio. También en espacios donde no estemos comiendo, tenemos que ayudarles a identificar sus emociones y expresar lo que sienten sin necesidad de recurrir a la comida.


  • Crear alternativas para gestionar el estrés: Actividades como el juego, el arte o el deporte pueden ser herramientas efectivas para canalizar emociones.

    La maestra de un niño que conozco bien le mandaba a la clase de otra compañera con un papelito para que se lo diese. En el papel no ponía nada, o quizá un emoticono o un piropo. Pero el niño que estaba inquieto daba tres carreras por el pasillo y después estaba mucho más tranquilo. Necesitan movimiento y ya sabemos que los colegios no son precisamente el sitio donde pueden tenerlo. Necesitan desfogar de alguna forma. Llévalo a la naturaleza, ponle a pintar, a bailar, a cocinar… Prueba diferentes técnicas hasta encontrar la que le funciona.


  • Establecer rutinas de alimentación: Tener horarios definidos reduce la ingesta impulsiva. Cuando hemos planificado es más fácil decirle que espere un poco que ya casi es la hora de la comida o darle la opción de hacer esa merienda más golosa otro día. También nosotras si evitamos la improvisación comeremos mejor. No me digas que no hay días que llegas a casa agotada, sin nada preparado y te comes lo primero que encuentras en la despensa o pides un kebab o una pizza.


  • Involucrarlos en la cocina: Permitir que participen en la preparación de sus alimentos aumenta la conciencia sobre lo que comen y mejora su relación con la comida. Casi todos disfrutan mucho participando en las tareas cotidianas. Esas que dentro de unos años te desesperarás para que hagan porque antes no los has dejado y ahora ya pasan.


  • Evitar usar la comida como recompensa: Es mejor reforzar los logros con experiencias o palabras de reconocimiento.


  • Revisar el entorno alimentario: Tener opciones saludables accesibles en casa facilita mejores elecciones.


4. La importancia del equilibrio y la flexibilidad


Es fundamental evitar extremos. Ni la restricción absoluta ni la permisividad total son saludables. Los niños deben aprender a disfrutar de todos los alimentos con moderación y sin culpa. Si en un cumpleaños comen pastel o en una salida eligen un helado, no hay que alarmarse. Lo importante es que, en el día a día, la alimentación esté basada en alimentos reales y nutritivos.

 

  1. Conclusión

Las emociones influyen directamente en la alimentación infantil y pueden llevar a hábitos poco saludables si no se gestionan correctamente. Enseñar a los niños a identificar sus emociones y a encontrar maneras de expresarlas sin recurrir a la comida es clave para su bienestar a largo plazo. Como adultos, tenemos la responsabilidad de guiarlos con el ejemplo y brindarles herramientas para que construyan una relación sana y consciente con la comida.


 
 
 

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